domingo, 11 de noviembre de 2007

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¿Seré capaz de escribir este relato?

Al menos lo intentaré.

Érase una vez dos niñas preciosas y la alegría de quienes las tenían cerca y como niñas, muy curiosas; para la abuela eran la energía de la cual ella se alimentaba y con esa fuerza ya podía superar los momentos bajos que día a día le y van surgiendo .

También quiso dejarles el recuerdo y ejemplo de cómo el ser humano encuentra recursos cuando lo necesita.

Las niñas la miraron… con esas caritas tan preciosas y con sus ojitos sonrientes

Le preguntaron:

- Abuela, ¿por qué estas tan torpe?
- ¡Es que tengo Parkinson!
- A nosotras no nos gusta y ella les contesto:
- ¡Y a mi tampoco!
- ¿Entonces por qué te ha entrado?
- Porque nadie lo quiere tener y el pobrecito está solito y a mí me dio pena.
- ¿Qué buena eres abuela?

Y así comenzó este relato de unas nietas con su abuela.

Cuando se dio cuenta estaba recordando la historia de como hacía siete años se encontró con la sorpresa de tener Parkinson.

Como no quería ver la parte negativa se puso a pensar de cómo de lo malo sacar algo bueno.

Lo bueno está en ser valiente y buscar ayuda, encontró un gran médico que la está tratando con bastante acierto. Ella sigue todas las indicaciones

También buscó ayuda para saber como tenía que afrontar día a día las trabas que iba notando porque muchas de su facultades estaban cambiando.

Y encontró la asociación en otra ciudad.

De entrada fue acogida con toda amabilidad por Loli, la trabajadora social, que demostró mucho interés.

Según avanzaba la entrevista, sus ojos alegres y vivarachos parecían querer decirle que habían llamado a la puerta adecuada, que los problema que le angustiaban como consecuencia del Parkison lo habían vivido antes otras personas y, por supuesto, tenían solución.

Luego vio que como profesionales, estaban muy preparados y capacitados, pero que humanamente eran mejores.

Conoció a personas que la acogieron con cariño y se fue identificando con todas y cada una de ellas.

Fue duro, muy duro, ver la realidad que le esperaba .

La suerte fue encontrar a Leonor que la llamo amiga.
Amiga, esa palabra le dio mucho ánimo, ¡vaya si es su amiga!, también están María, Luisa, Mercedes, Pili, Conchi y que decir de Pepe con esos ojillos… ¿y Juan? tan formal, Paco con su risa…También están los Domingos porque son dos, ¡y Moisés…..! Aunque hay muchos más y de todos ha aprendido algo. Cuando no puede ir parece que le falta algo, pues esta muy identificada con todos y cada uno.

De los profesionales ¡chapó! por su buen hacer y la confianza y acercamiento que nos demuestran.

Cuando consulta algo especial a Pedro, este le ayuda sobremanera. Ha ido consiguiendo una estabilidad emocional que tan necesaria le es. También le ha dado seguridad en ella misma. Siguiendo los ejercicios que le indica se le va despertando el afán de superación.

Con los consejos de Pedro, el psicólogo, se ha dado cuenta de las muchas cosas que puede conseguir: el leer, cantar, escuchar música, a ejercitar la memoria y hasta despertar el interés por las matemáticas y lo más importante a no decir YO NO PUEDO HACER ESTO.

Allí ha aprendido a no decir no puedo.

Cada día que pasa se siente mas fuerte

También quiere agradecer a Bibi la confianza que le demostró diciendo que ella podía escribir un relato y es tanto lo que le debe que no quiso defraudarla (Bibi es la Logopeda). Es tanto lo que le han enseñado, que las niñas le dijeron:

. - ¿Te han dicho como tienes que comer y ella les dijo:
- ¿También…?
- Entonces ese sitio es muy “guai”
- Abuela, ¿y si vamos las tres juntas siempre..? Nosotras también te podemos enseñar muchas cosas

Entonces las tres se fundieron en un abrazo y exclamó
la abuela:

- Vosotras dos sois para mí la mejor ayuda que podría tener.

Las niñas miraron a la abuela muy complacidas, le dieron dos besos y se dijeron tantas cosas… Eso fue lo más grande. A cada una se le ocurría una cosa diferente: que se fuera a otra ciudad u otro país donde no conocieran la enfermedad y la dejara allí y se viniera corriendo…

La pequeña dijo:

- Pero le llevamos la cuna, agua y a mi muñeca para que nos esté solito y además le decimos que iremos a verlo.

Como son tan sensibles se estaban poniendo tristes porque nadie quería a Parkinson.

La abuela les dijo:

- ¿Y si me quedo yo con él para siempre?

Ellas dijeron:

-¡Vale!, pero se tiene que portar bien y ser bueno, porque si es malo, nosotras le reñiremos y le diremos que lo llevaremos a donde nadie lo quiera.

La pequeña dijo entonces:

-Abuela, ¿te acuerdas cuando un día tú me estabas bañando y cuando me secabas, me decías ¡Arre! ¡arre!, caballito y tu pierna se movía mucho y te decía, ya no quiero jugar más, y tú te reías, ¿te acuerdas? Yo era muy pequeña entonces, porque ya soy mayor, tengo seis años.

Y la otra hermana que siempre está pendiente de todo y no pierde detalle, le dijo:

- Cuéntanos cosas de cuando tú eras pequeña, abuela.
- Premio para la primera que cuente lo primero que se le ocurra- replicó la pequeña.
-Eso no vale, dijo la mayor, eres tú abuela la que tienes que recordar cosas de cuando eras pequeña.

La abuela recordó lo feliz que fue en su niñez a pesar de ser algo traviesa.

Como no le gustaban las matemáticas, su abuelo no la dejaba salir hasta que no terminara “las cuentas” pero ella, por la ventana, decía a sus amigos que se las hicieran para que la dejaran salir antes.

Otro día, recordó, que su madre, como no se sabía la “tabla” la mandó a la cámara para que se la estudiara y se aprendió la del cuatro hasta sin luz.

-¿Cómo puede ser que la aprendieras de esa forma
-Porque tenía miedo y quería salir pronto de allí.

La abuela se transformó en la niña rubia, delgadita y muy alegre. Pero cuando se juntaba con una de sus primas que tenía su mima edad; entonces le decían que cuando iban a “dejar el pavo”. Con esta prima se montaban una de fantasías que eso si que eran historias. Por la tardes, cuando se podían ir a pasear por la carretera, porque no había otro sitio, - vivían en una aldea muy pequeña, en un restaurante- ya que no había otras distracciones. Salvo algunos domingos que venía el sacerdote a decir la misa, eso era para esas familias un gran día. Tenía su fiesta en el mes de septiembre.

-Os contaré que mi padre tenía una panadería de donde se abastecían todos los alrededores y también los cortijos a los cuales había que llevarles el pan tres días a la semana.

Este pan teníamos que llevarlo en burro, digo teníamos, porque muchas veces iba yo con uno de mis hermanos más pequeño (contaba yo once años y mis hermanos uno ocho y otro cinco).

Yo me sentía muy contenta por ser responsable de aquella obligación. El día que me tocaba llevar el pan no podía ir a la escuela porque salía sobre las diez de la mañana y volvíamos a las siete de la tarde

Pero una vez el burro en el que íbamos montados, me tiró al suelo de un respingo, y , como era “lunero” empezó a darme bocados en el brazo. Como pude me deshice de entre las patas y como era en una vereda nadie nos podía ayudar, nos fuimos mi hermano y yo al cortijo de la Condesa, que así se llamaba, a pedir ayuda, allí me vendaron el brazo y nos acompañaron hasta el horno de mi padre.

Otro día, cuando eran las fiestas, por la tarde, otra vez el burro pasó a la historia porque cuando volvía del reparto, sintió los cohetes y se puso a correr en medio del paseo y la gente huía como desesperada, tiro las mesitas y se hizo el dueño de todo hasta que pudieron controlarlo.

El dichoso burro pasó a la historia, esto no es inventado, aquí en el brazo tengo la señal de los dientes y menos mal que llevaba bozal. A partir de entonces no me monté más en burro.

También ayudaba en la panadería, mi tarea era limpiar la amasadora, el recipiente donde se mezcla la harina con el agua y la levadura y, a base de moverlo con unos pinchos y una barra muy grande que atraviesa de lado a lado de la amasadora, se va formando la masa y luego se pasa a la refinadora que es como un barreño muy grade con dos cilindros que cada uno gira para un lado y así se pone la masa mas fina.

Tenía la misión de raspar estas dos máquinas por dentro de la masa que se quedaba pegada; eso me daba mucha rabia porque costaba mucho esfuerzo y trabajo. A pesar de todo no podía escapar..

Todo no era trabajar. En casa de una prima hacíamos teatro, ¡como las niñas de entonces no teníamos televisión! nosotras nos inventábamos cosas para divertirnos. Era muy feliz porque me consideraba mayor. Entonces nació mi hermano pequeño y tuve que hacerme cargo de otra hermana que tenía un añito y medio, para destetarla, eso quiere decir darle yo mima de comer y dormirla para que mi madre estuviera más libre y tranquila solo con el pequeño.

Otro día os contaré más.

Con todas las cosas que me fueron pasando y la responsabilidad de ser la mayor me fui haciendo mas madura. Cada día era correr y hacer las cosas bien para que me dejaran salir sin mis hermanos un ratito.

Vosotras ahora no tenéis tiempo para salir a la calle porque cuado no estáis en clase tenéis que estar estudiando, “esa es la diferencia” que entonces las niñas teníamos que estar ayudando a nuestras madres y por eso no tenemos la formación que vosotras tenéis.

Ahora te toca a ti contar algo de lo que te acuerdes, dijo la abuela a la mayor.

-Bueno, recuerdo que fue por Navidad, cuando una mañana tú nos llevaste a pasear por un parque que no conocíamos. Fue muy divertido y lo pasamos muy bien porque había un sitio donde se subía con los patines y yo intentaba subir solo con el impulso, también mi hermana lo intentaba y no podía porque le daba miedo.

Y de pronto dije:

- Sube tú, abuela, que como vas con el bastón, no te caes. Yo no te había visto nunca con él y cuando lo sacaste de la bolsa te preguntamos: - ¿Eso qué es?- Tú nos dijiste:
- Esto es para poder acompañaros y poder ir a vuestro paso. y además soy viejecita.
-Tú no eres viejecita, ¿a qué es por el Parkinson? Y tu nos contestaste muy sonriente:
-¿Y tú por que piensas que es por eso?
-Porque yo recuerdo hace mucho tiempo que tu andabas de otra forma.
-¿Y cuál te gustaba más?
-¿Y a ti?
-A mi ésta, porque de esta manera soy como una tortuguita que va muy despacito, despacito, pero llega donde quiere,
- ¿A qué es muy “divertido” llevar un bastón?
- Esto no lo llevo todos los días; solamente cuando tengo mucha prisa.
-Déjamelo un ratito, ¡que bien lo pasamos! ¿cuándo nos vas a traer a este parque otra vez?
-Espero que pronto, según digan tus padres.

La abuela iba pensando …

Como consecuencia del Parkinson se están entorpeciendo y haciendo mas lentos los movimientos, pero sin embargo lo que pierdo en ligereza, lo gano en serenidad.

Cuando llegó el amigo Parkinson, hace siete años, primeramente fueron unos movimientos en el brazo izquierdo, algo que no se notaba aparentemente.

Con el primer tratamiento se fueron corrigiendo; los tres primeros años pasaron relativamente bien.

Con altibajos y mucha voluntad por parte de su marido, mucha paciencia y mucho amor; en él tengo mi mejor apoyo.

Aunque todo lo que vale cuesta, él está totalmente entregado a las necesidades que, día a día, van surgiendo, ha tenido que romper el esquema que teníamos trazado. Entre otros, de salir, y viajar;.

Aún salimos y viajamos, pero las facultades impiden ir a visitar muchos lugares porque tenemos que ir a un ritmo que no es el de las demás personas; dice que no le importa y se queda a mi lado, está pendiente de mi, de cualquier detalle y para hacer esto ha renunciado y dejado atrás otras muchas cosas.

En fin, que todo lo que vale cuesta, pero si sabes apreciar lo que has ganado, en serenidad, comprensión, interés por tus cosas, el afán que ponen para que tú no te
vengas abajo y el cariño de quienes te quieren y te lo demuestran como saben; con todo este manantial nunca puedes decir que tendrás sed ..

Eso sí, tú tienes que ir cada día a coger el agua y cuidar para que todo este a punto

Porque es muy importante la buena disposición por tu parte.

¿Quién puede no superar con estas ayudas cualquier dificultad?

Y ahora quisiera hacer un llamamiento para decir a las personas que tienen esta misma compañía llamada Parkison, que no se sientan solas, que no se dejen llevar por esa soledad que el interior les pide.

Que venzan la desgana y el “corte” que sientes pensando en tus limitaciones.

Por todo eso y las muchas cosas que cada persona siente, yo les digo que procuren entrar en alguna asociación porque es mucho lo que nos aportan y además nos vamos liberando de la carga que, al compartirla, nos resulta más ligera. Ellos nos ayudan y nos dan pautas para que nosotros saquemos ese potencial que llevamos dentro.

Por eso yo os digo que lo que es bueno para mí, lo quiero compartir con vosotros.

ÁNIMO COMPAÑEROS
Juani Dueñas






Como todo en la vida tiene un principioy un final, para mi ha sido gratificante el poder expresar parte de lo mucho que siento, de lo bueno y de lo menos bueno y agradecer a cada una de las personas su ayuda y comprensión





Rota (Cádiz) Junio de 2007